Spike Jonze
El ensayista urbano sobre el argot generacional

La obra de Spike Jonze siempre ha estado marcada por la cultura urbana de su generación en una continua adaptación del metraje a su tiempo.

Las épocas de crisis han provocado grandes cambios gracias al giro de generaciones que reutilizaron los desechos de sus mayores para mantenerse a flote sin renunciar a la identidad de su origen y al contexto de su tiempo. Como en el caso del polifacético director estadounidense Adam Spiegel, conocido como Spike Jonze que, en los noventa, supo afianzar la barrera entre las cámaras domésticas y las nuevas sonoridades de los garajes, con las mismas cotas y calidades que las de la inalcanzable industria. La escritura fílmica de sus comienzos, desprovista de la idealización del pasado, se centra en la fugacidad de su contexto y atiende a los nuevos valores arraigados tras la generación familiar nacida entre 1956 y 1970, los baby boomers: una sociedad masiva por su natalidad e independiente por el desentendimiento del individuo bajo los dictámenes del consumismo, y que en el formato televisivo del videoclip este director de Rockville (Maryland) reflejó con agudeza e instantaneidad iniciándose como director.

Joaquin Phoenix interpreta a Theodore en Her, atento a los susurros de una Siri personalizada con la voz de Scarlett Jonhasson.

Así que a diferencia de la etapa pop en su predominio hacia el estrellato con las divas de la canción, Spike Jonze doma al mito y selecciona a unos personajes contemplados a través del barrio, bajo el anonimato del lenguaje propio del artista callejero: vagabundos, músicos callejeros, niños en el parque, skaters… de quienes en su repertorio de pequeñas y grandes emisiones sintetiza el caos sufrido por esta ciudadanía en el traspaso del siglo XX-XXI. Un alterne de consecuencias experimentadas por esta Generación X, en este mundo abierto por la urbe americana en ofrecer continuamente nuevos dispositivos tecnológicos excluyentes de presencia.

Sin moverse de la representación de la ciudad, y en un trasiego de sus exteriores a sus espacios internos, Jonze hace posible la reconciliación de ese altruismo perdido en nuestra convivencia mundana, bajo unos códigos metaficcionales configurados para proponer el renacimiento de un nuevo individuo que lidie con la doble realidad que le es concedida por su tiempo. Dos realidades —entre la realidad del momento y la realidad de los efectos producidos por la virtualidad del avance— en las que este director se asentó artificiando con el apoyo de una cantera musical de grupos de su misma generación y entusiasmo, hasta su extrapolación al mundo televisivo y cinematográfico.

John Cusack, Cameron Diaz y Catherine Keener a las puertas de ser John Malkovich.

El imaginario heteroglósico de Spike Jonze vinculado con la velocidad over the road por su reconocida afición al climbing y skating y a una inminente raíz cinéfila, le han servido para esbozar tanto su rebeldía como los estragos del exceso en sus videos musicales. En Country At War de X (1993) y Root Down de los Beastie Boys (2002) intenta evidenciar desde una mirada urbana omnipresente el mismo fervor de Dziga Vertov en El hombre de la cámara (1929) para explorar el ajuste imposible de la cámara y ofrecer, en este caso, los puntos de vista que le sean permitidos sobre ruedas. Un formalismo de Jonze por allanar con esta disposición de la óptica hacia los espacios humildes, y de bajo fondo, al encuentro de una generación distorsionada como en el co-creado y producido por él mismo en el programa cómico Jackass (2000) de la cadena MTV. Una explosiva combinación de Industria, doméstica y comercial, desde la que reivindicó la marginación contenida en la teoría enfundada por Andy Warhol sobre el minuto de fama que el ciudadano reclamaba para sentirse reactivado e importante ante la multitud de su contemporaneidad.

Los largometrajes de Jonze presentan historias excéntricas de personajes auto-victimizados por la ansiedad que produce la velocidad con la que van cambiando los tiempos.

Una necesidad del ser humano por adentrarse en el clamor del público como ocurre en Buddy Holly (1994) de Weezer; sumergirse en el lujo de las potencias musicales del momento, como una constante, en Sure Shot (1994) de los Beastie Boys o en It´s all about the Benjamins (1997) de Puff Daddy; o sentirse parte de una puesta en escena propia hollywoodiense como en la versión del It´s Oh so quiet (1995) de Björk. Y adaptarse al glosario de Jonze de enseres corrientes en las calles como otro particular star system presentado a través del anonimato natural del grafiti y sin la presencia de las estrellas originales de estas canciones en sus clips. El estresado caminante bajo un sol de justica en California de Wax (1995) prendido a unas llamas que nos trasladan al Wish You Were Here de Pink Floyd; el perro callejero perdido en las novedades y neones de una gran ciudad como Nueva York en Da Funk de Daft Punk (1996); y los turistas en el desfase nocturno de la urbe en Crush With Eyeliner (1995) de R.E.M. que bien nos puede trasladar, en una conversión de estos personajes coreanos, —de occidente a Oriente— al film Lost in Translation (2003) de Sofia Coppola, a quien propuso en años anteriores como bailarina universitaria típica de la cultura adolescente americana para Elektrobank (1997) de Chemical Brothers.

Apéndices audiovisuales de esta primera instantánea etapa de Jonze que como director, guionista, productor y en ocasiones también de actor, le han servido como ensayo para dar lugar, como cineasta, a una filmografía centrada en la percepción y conflictos de su generación cautivados del campo creativo por: la popularidad y el desdoblamiento del actor-personaje en Cómo ser John Malkovich (1999), en el cual aplica en el propio Malkovich ese bagaje del exterior al interior del individuo como revelación de otra realidad; la inspiración del guionista, para sintetizar un bestseller en un largometraje y alcanzar el mismo auge que la obra original en Adaptation. El ladrón de orquídeas (2002) en una propuesta de seducir al personaje Charlie Kaufman (Nicolas Cage) con vivir su propia realidad más allá del atractivo entrelíneas de El ladrón de orquídeas; y por último, la artificialidad de la tecnología generadora de mundos paralelos en Her (2013), donde se puede acomodar el amor y la sensibilidad entre las relaciones humanas para no afrontar los sin sabores en un mutuo acuerdo presencial.

Los largometrajes de Jonze presentan historias excéntricas de personajes auto-victimizados por la ansiedad que produce la velocidad con la que van cambiando los tiempos. De modo que, si en el barrio el director aspiraba con sus pequeños metrajes a controlar el fugaz movimiento de su generación para dar cuenta de los cambios socioculturales y políticos, a través de la ciudad insiste en una generación que, aun adaptada al intercambio entre lo analógico y digital, y jerarquizada por normas de convivencia entre la ciudadanía, precisa de intervenir desde su propia expresión y forma para transgredir la rutina —como zona de confort de su tiempo— a partir de los cinco sentidos que distinguen nuestro modo de interaccionar. Prueba de ello es el dialogo entre el clip musical, Weapon of Choice para Fatboy Slim (2000) y el fashion film para Kenzo World (2016) donde sus protagonistas, el actor Christopher Walken y la modelo, bailarina y actriz Margaret Qualley invaden el interior de sus respectivos espacios para desafiar con las huellas de una «improvisada» coreografía el protocolo predispuesto en ambos lugares. Con su último trabajo, el documental Beastie Boys Story (2020) para la plataforma digital Neftlix, este polifacético creador audiovisual se auto referencia implícitamente a través de estos componentes neoyorquinos para poner en cuestión su pasado como esa realidad en coexistencia con la presente, dando cuenta de su propia verdad contenida a través de la ficción de su carrera.

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