Krull
Princesas, espadas y alienígenas

País: Estados Unidos
Año: 1983
Dirección: Peter Yates
Guion: Stanford Sherman
Título original: Krull
Género: Ciencia ficción, Fantástico
Productora: Columbia Pictures, Barclays Mercantile Industrial Finance
Fotografía: Peter Suschitzky
Edición: Ray Lovejoy
Música: James Horner
Reparto: Ken Marshall, Freddie Jones, Lysette Anthony, Liam Neeson, John Welsh, Robbie Coltrane, Alun Armstrong, Francesca Annis, David Battley, Bernard Bresslaw, Graham McGrath, Tony Church, Bernard Archard, Belinda Mayne, Dicken Ashworth, Todd Carty, Clare McIntyre
Duración: 117 minutos

País: Estados Unidos
Año: 1983
Dirección: Peter Yates
Guion: Stanford Sherman
Título original: Krull
Género: Ciencia ficción, Fantástico
Productora: Columbia Pictures, Barclays Mercantile Industrial Finance
Fotografía: Peter Suschitzky
Edición: Ray Lovejoy
Música: James Horner
Reparto: Ken Marshall, Freddie Jones, Lysette Anthony, Liam Neeson, John Welsh, Robbie Coltrane, Alun Armstrong, Francesca Annis, David Battley, Bernard Bresslaw, Graham McGrath, Tony Church, Bernard Archard, Belinda Mayne, Dicken Ashworth, Todd Carty, Clare McIntyre
Duración: 117 minutos

Aunque carga con muchos clichés del género, este clásico del cine fantástico se redimirá gracias a su entrañable elenco de personajes.

De todos los géneros de ficción, la fantasía se ha ganado la mala fama de caer con mayor frecuencia en el cliché y el estereotipo. Lo fantástico suele ser considerado como el género contemporáneo donde más evidentes se hacen los esquemas habituales de los mitos modernos, como el conocido «Viaje del héroe» de Joseph Capmbell, pero también donde resultan más flagrantes la reducción de la mujer al trofeo final del protagonista, las metáforas crísticas, el complejo edípico, las espadas que son falos y este tipo de cosas. Este efecto quizás no sea más —aunque esto sea mera especulación— que una consecuencia de la cercanía del género fantástico al mito arcaico, y que haya heredado de este su tendencia a la enseñanza moral y la reducción del complejo y amenazador mundo de los fenómenos naturales a esquemas comprensibles y asimilables para la vida cotidiana, fácilmente replicables para cumplir su función pedagógica. Pero este tipo de consideraciones poco interés tienen para una industria cinematográfica que, a principios de los años 80, se encontraba en plena aceleración en su búsqueda de nuevas franquicias y sagas de superproducciones con las que consolidar su posición. Es por ello por lo que Krull (Peter Yates, 1983) puede parecer un intento de película más que una película en sí, la adaptación de la sinopsis de la solapa de un libro de folletín. Pero este curioso experimento, donde no se puede evitar ver algo de flojera y falta de imaginación, no estará exento de gratas sorpresas y encomiables detalles que la colocarán por encima de muchos homólogos de su tiempo.

Krull es el nombre del planeta natal de Colwyn (Ken Marshall), un apuesto príncipe en mallas a rayas que ve cómo su reino es arrasado por una invasión de un tirano alienígena que rapta a su recién desposada mujer. Guiado por el inevitable maestro anciano Ynyr (Freddie Jones), pronto se hace con su arma mágica: un característico bumerán de cinco puntas acabadas en cuchillas y se lanza a la búsqueda de la fortaleza del susodicho tirano alienígena, que tiene la mala costumbre de teletransportarse de una localización a otra del planeta con regularidad. Si bien Krull sigue siendo estrictamente una historia fantástica, combinará y asimilará con éxito algunos aspectos de la ciencia ficción, especialmente en el diseño de su villano y su grupo de secuaces, siguiendo la estela de la galaxia feudal de Dune (Frank Herbert, 1965) o, muy señaladamente, el mundo de princesas y caballeros de La guerra de las galaxias (George Lucas, 1977). Pese a todo, Krull se mantendrá en todo caso más en deuda con la fantasía hasta el punto, como hemos señalado antes, de que su guión parezca indiscernible de un esquema formal propio a toda obra del género.

Alun Armstrong y Liam Neeson interpretan a dos de nuestros zarrapastrosos antihéroes.

Siguiendo otro de los tropos de la fantasía, nuestro protagonista deberá hacerse con la ayuda de un fortuito grupo de personajes pintorescos con todas las de perder. Colwyn contará con la compañía y el apoyo de un torpe hechicero de acento británico, una banda de saqueadores desaliñados, un cíclope atormentado y otros personajes indeseables. Este séquito de inadaptados y patanes es con total seguridad el mayor punto fuerte de Krull, una paródica Compañía del Anillo que resulta ser una fuente constante de hilaridad y surrealismo, siempre proclive al diálogo de besugos y situaciones del todo absurdas. Algunas de las caras conocidas de este impensable grupo serán las de Alun Armstrong y Robbie Coltrane (quien interpreta a Hagrid en la saga de Harry Potter) y un jovencísimo Liam Neeson en uno de sus primeros papeles. Merece la pena una mención especial el trabajo interpretativo de Bernard Bresslaw, quien encarna a Rell el Cíclope, y que se mueve claramente desorientado detrás de un maquillaje prostético que resulta bastante evidente que no le deja ver nada, protagonizando así algunos de los momentos más estelares de la obra. Aunque cabe dudar que su efecto sea intencionado, el encanto de este insospechado grupo de marginados se debe en gran medida la facilidad y gratuidad con la que casi todos ellos son masacrados, sin que ninguno deje el mundo sin unas épicas últimas palabras. Es precisamente la evidente dificultad del reparto de tomarse en serio un guión sin sentido alguno lo que inadvertidamente hace que se le acabe tomando cariño a esta compañía de indeseables que parecen estar divirtiéndose a pesar de la confusión generalizada. Esa actitud de disfrute irreflexivo ante una historia sin pies ni cabeza será, en definitiva, la forma más adecuada de disfrutar (o soportar) la película.

En los momentos en los que Krull es capaz de alcanzar por medios prácticos las exigencias de su imaginario fantástico, la película desprende un aura de celebración y cariño por el género.

En todo caso, sería injusto no señalar los numerosos aspectos de Krull que están particularmente logrados. Son especialmente reseñables su banda sonora, su diseño de vestuario y de personajes y, de manera muy destacada, sus decorados. Los distintos diseños de los escenarios de Krull brillan con una fuerte carga surrealista y onírica que entrelaza la imaginería fantástica y de ciencia ficción en un encomiable resultado final. Los efectos especiales, por el contrario, a duras penas podrán levantar algunos momentos del guión claramente escritos por alguien que no tenía ningún amigo en el departamento técnico. Aunque estos desajustes creativos se hacen tristemente patentes en numerosas ocasiones, la película levanta visualmente con éxito los numerosos (literalmente) lugares comunes del género por los que transita nuestra malograda compañía: el pantano maldito, la montaña prohibida, la pendiente escarpada de la fortaleza enemiga… 

Los decorados de Krull no son sólo un encomiable logro técnico y estético de la película, sino también del cine fantástico de su época.

Aunque gran parte de sus ideas no sean más que tropos recocinados, Krull logra una energética y divertida puesta en movimiento de estas escenas, que combina novedosamente con grandes dosis de humor y de absurdo. En los momentos en los que Krull es capaz de alcanzar por medios prácticos las exigencias de su imaginario fantástico, como señaladamente lo hace en el diseño de los esbirros del dictador alienígena o en una memorable escena de la cueva de una bruja-araña, la película desprende un aura de celebración y cariño por el género. Pero dificultosamente podrá mantener la carga de su guión a medida que se acerca a su desenlace, donde parece que se agotan tanto los recursos como las energías mentales de los actores (como también las del espectador), alargándose en exceso y culminando en un final donde queda más patente que nunca la desproporción entre las ambiciones del guión con la potencia técnica del los efectos especiales del momento y, quizás más específicamente, con el presupuesto y el calendario de la producción. Krull estallará por los aires en unas escenas finales tan atroces que, si bien podrían haber encajado con la falta de pretensión y celebración de lo cutre propios de una verdadera producción de serie B, hacen poca justicia a un film que había logrado hasta el final mantener aspiraciones de grandeza y su sentido de historia épica.

Krull no es, ni de lejos, una gran joya olvidada de la historia de los géneros de la fantasía o de la ciencia ficción. Su quizás excesiva fidelidad a los tropos de su tradición y su en ocasiones falta de originalidad pueden incluso negarle el ser ninguna rareza milagrosa, nada especialmente particular. Pero muchos de los grandes momentos de Krull, especialmente en torno a la camaradería de la panda de inadaptados y patanes que componen el reparto principal, dotan a la película de una personalidad y un aura propias que merece la pena revisitar y defender. El propio objeto más icónico de Krull, el bumerán de las cinco puntas, representa bastante bien el destino de la película en general en el poco y decepcionante uso que se le da: de la misma forma que la producción parece haber malgastado las encomiables fuerzas creativas que dan vida a los mejores momentos la visión de Krull, pasándose de lista en sus efectos especiales finales y no sabiendo abrazar sin tapujos el descaro y la fanfarronería que anima sus escenas más memorables. Las idiosincrasias y particularidades entrañables de la película tendrán que abrirse paso bajo una pesada carga de clichés y algún que otro efecto desafortunado para recordarnos por qué amamos de esta forma el género, y por qué ninguna de sus grandes adaptaciones, incluidas las más tontorronas y torpes como Krull, merecen ser olvidadas por completo. Los tristemente numerosos ejemplos que hacen de Krull excesivamente genérica no deben de impedirnos reconocer sus fabulosos momentos de humor no intencionado y verdadero sentido desenfadado e ingenuo que se desprenden del mejor cine de aventuras.

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