El monstruo de los tiempos remotos
La venganza de la naturaleza

País: Estados Unidos
Año: 1953
Dirección: Eugène Lourié
Guion: Fred Freiberger, Eugène Lourié, Lou Morheim, Robert Smith (Historia: Ray Bradbury)
Título original: The Beast from 20,000 Fathoms
Género: Ciencia ficción, Terror
Productora: Jack Dietz Productions
Fotografía: John L. Russell
Edición: Bernard W. Burton
Música: David Buttolph
Reparto: Paul Hubschmid, Paula Raymond, Cecil Kellaway, Kenneth Tobey, Donald Woods, Lee Van Cleef, Steve Brodie, Ross Elliott, Jack Pennick
Duración: 80 minutos

País: Estados Unidos
Año: 1953
Dirección: Eugène Lourié
Guion: Fred Freiberger, Eugène Lourié, Lou Morheim, Robert Smith (Historia: Ray Bradbury)
Título original: The Beast from 20,000 Fathoms
Género: Ciencia ficción, Terror
Productora: Jack Dietz Productions
Fotografía: John L. Russell
Edición: Bernard W. Burton
Música: David Buttolph
Reparto: Paul Hubschmid, Paula Raymond, Cecil Kellaway, Kenneth Tobey, Donald Woods, Lee Van Cleef, Steve Brodie, Ross Elliott, Jack Pennick
Duración: 80 minutos

Encumbrado por los efectos especiales de Ray Harryhausen, este clásico de la ciencia ficción de los años cincuenta se presenta como una alegoría inquietante sobre las ansiedades apocalípticas del presente.

Existe el prejuicio, no del todo infundado, de que la ciencia ficción es un género exclusivamente centrado en la ansiedad que nos provoca el futuro. Podría asumirse, de forma general, que lo que hace distintivo al género no es tanto centrarse en una narración de cómo serán las cosas, sino en las distintas ansiedades y esperanzas en cómo las cosas pueden o podrían cambiar a partir de nuestro mundo, casi siempre comentando sobre las propias condiciones de existencia del presente y las posibilidades ya desatadas por avances tecnológicos actuales. En ese caso, el futuro es particularmente una gran fuente de cambio y de peligro, pero no la única. Como nos muestra El monstruo de los tiempos remotos (Eugène Lourié, 1953), la ansiedad en ocasiones viene del pasado: de las colosales extensiones de tiempo donde los grandes depredadores eran los reyes del planeta, y el efímero reinado del ser humano sobre los elementos aún estaba a eones de distancia.

A primera vista, El monstruo de los tiempos remotos parece otra producción de ciencia ficción habitual en los albores de la Guerra Fría. Ligeramente basada en un relato de Ray Bradbury (autor de Fahrenheit 451 y Crónicas marcianas), la película comienza durante una prueba de armamento nuclear en el Ártico. La bomba atómica derrite el hielo donde había quedado atrapado un animal prehistórico similar a una iguana gigante, que despierta naturalmente confundido por la situación y comienza a sembrar el caos por la costa de Norteamérica acercándose peligrosamente a Nueva York. Parece que las claves ya están dispuestas: el despertar del inconcebible poderío atómico, las desastrosas consecuencias destructivas del progreso, sumado al papel central de la ciencia tanto liderando estas profundas transformaciones como incapaz en ocasiones de entenderlas plenamente.

En las primeras escenas de la película, vemos a la bestia aparecer de dentro del hielo del ártico.

Pero no es necesario adentrarse todavía en el subtexto ideológico de El monstruo de los tiempos remotos para apreciar los elementos que fueron pioneros en su época. Estamos, ante todo, ante el primer trabajo reseñable de Ray Harryhausen, el artista que revolucionaría para siempre los efectos especiales y, por extensión, el propio cine. Antes de sus sobresalientes aportaciones en La Tierra contra los platillos voladores (Fred F. Sears, 1956) y Jasón y los argonautas (Don Chaffey, 1963), por nombrar apenas un par, el rhedosaurio al que Harryhausen dio vida para El monstruo de los tiempos remotos causó una fuerte impresión en su época, elevando a un nuevo nivel las escenas de destrucción de King Kong (Merian C. CooperErnest B. Schoedsack, 1953) e inspirando de manera reconocible la producción apenas un año después de Godzilla. Japón bajo el terror del monstruo (Ishirô Honda, 1954).

En un mundo donde la arrogancia de la humanidad y su ingenuidad sobre sus avances técnicos despiertan la reacción vengativa de agentes biológicos y geológicos, un monstruo terrorífico del pasado remoto parece una alegoría más que apropiada.

Son sin duda las escenas del ataque del rhedosaurio a Nueva York en el tercio final del film lo que captura a la perfección la atmósfera apocalíptica y paranoica de una sociedad que acababa de salir de la guerra más devastadora de la historia y se adentraba en un escenario de posible destrucción mutua total con la Unión Soviética. Los momentos de destrucción del monstruo, aunque sorprendentemente logrados para su época, dejan ver que su producción era aún lo suficientemente compleja como para que estén repartidos con cuidado por el metraje, contrastando con los festines sin fin de explosiones de CGI del cine de desastres actual. Esta limitación técnica es la que hace que la película se apoye en las reacciones de los habitantes de la ciudad y de nuestros protagonistas ante las escenas de destrucción, logrando un retrato mucho más humano y en definitiva terrorífico, pues poco importa enseñar el destructivo paso de nuestro colosal monstruo sin una imagen comprehensiva de toda una ciudad colapsando, la masa huyendo despavorida, para ofrecer un necesario contraste.

Los diferentes personajes tratan de averiguar cuánto hay de creíble entre los diferentes avistamientos del monstruo.

Inevitablemente la película nos conducirá a hacer algunas comparaciones con otros clásicos de su tiempo como El enigma de otro mundo (Christian NybyHoward Hawks, 1951), con la que comparte brevemente el escenario en el Ártico, pero ante todo el crucial papel de la ciencia en las inesperadas consecuencias del progreso humano. Incluso Kenneth Tobey aparece en ambas películas en un papel muy similar, como el representante del poder militar y la mentalidad pragmática del gobierno. Pero además de presentarnos un enemigo varias escalas más destructivo, El monstruo de tiempos remotos presenta una imagen más compleja de los científicos, que en la primera película apenas cumplen el papel de villanos. En El monstruo de tiempos remotos, por el contrario, encontramos el peligro del escepticismo y el extremo academicismo en la ciencia ante las consecuencias destructivas de sus descubrimientos, así como el necesario impulso de curiosidad e ingenio necesarios para combatir problemas nunca antes vistos, que también le son propios.

Esta doble cara social de la ciencia no es el único aspecto, pero sí uno de los principales por el cual El monstruo de tiempos remotos parece espeluznantemente apropiada para los tiempos apocalípticos y paranoicos que vivimos, donde hemos de enfrentarnos a las debilidades inherentes del mundo hiperconectado que hemos construido, a la vez que buscamos a partir de esa misma hiperconexión la posibilidad de una respuesta conjunta e imaginativa ante la pandemia o el cambio climático. En un mundo donde la arrogancia de la humanidad y su ingenuidad sobre sus avances técnicos despiertan la reacción vengativa de agentes biológicos y geológicos, un monstruo terrorífico del pasado remoto parece una alegoría más que apropiada a los desafíos colectivos a los que nos enfrentamos. El ingenio y el coraje con la que el elenco protagonista vence finalmente al rhedosaurio puede ser visto entonces como una fábula inspiradora para tiempos oscuros. O quizás este desenlace ficticio no sea más que una resolución simbólica y momentáneamente tranquilizadora ante la inevitable perdición a la que la civilización ha estado siempre abocada.

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