Alec Soth
La poderosa narrativa de la imagen

Las redes sociales y las cámaras en los teléfonos han democratizado la fotografía; pero eso no implica poder dejar a un lado la poderosa idea del arte de la imagen fija como obra conceptual.

El teórico André Bazin decía que la fotografía era del mundo y que, a diferencia de la pintura, necesitaba del mundo para poder existir. Con este escenario «limitador» a veces no es fácil encontrar una presencia carismática en la imagen y una conexión con lo fotografiado. Un diálogo íntimo y generoso que Alec Soth (Minneapolis, Minnesota, 1969) sí que lleva logrando desde hace más de quince años cuando en 2004 publicó su primera obra, Sleeping by the Mississippi. Con este trabajo comenzó a reflejar la idiosincrasia estadounidense desde la perspectiva de un hombre muy ligado a sus raíces que no se ha alejado de donde nació y que convive con aquello que le es conocido —salvando exposiciones fuera de lo común en su carrera como Dog Days, Bogotá, (2007)—. También es capaz de crear atmósferas íntimas igual de bien en espacios concurridos como se puede observar en Paris/Minnesota (2007). Otorga la misma sensación de quietud, elegancia y serenidad a una pasarela de moda llena de público que a la soledad de una casa en medio de la nada. Aísla lo que le interesa del resto, creando una suerte de radiografía del sujeto y el alrededor un medio que codifica lo que estamos viendo.

Alec Soth no deja nada a la evidencia. La narrativa está latente, pero las limitaciones de la cámara juegan un papel esencial en una lucha que lleva teniendo desde que decidió dejar la pintura y adentrarse en el mundo de las imágenes.

Podríamos afirmar, o al menos poner sobre la mesa, que para que un fotógrafo transmita tiene que ser sincero con sus intereses, con aquello que quiere capturar, que de algún modo lo defina, que sea parte de su modo de ver la vida y de su expresión personal. Su obra rompe la lógica de lo documental y lo artístico. Se trata de una fotografía narrativa donde la belleza de lo común y cotidiano aparece donde menos lo esperas con instantáneas que se alejan de la idea preconcebida de fotografía. Ahí es donde se encuentra la fuerza de su imaginario artístico, una proyección híbrida y personal donde los límites se diluyen en cada obra. Es uno de los mayores exponentes actuales de la tradición americana —al que Walker Evans tituló «estilo documental»— lo que le otorgó, en 2004, la entrada como fotógrafo asociado a la Agencia Magnum y en 2008 como miembro de pleno derecho. La voz narrativa que nace de lo introspectivo es lo que lleva intentando transmitir desde que comenzó su obra. Su fotografía tiene ecos del también poeta americano Walt Withman; Alec Soth habla americano desde lo más íntimo de sus instantáneas pero él no deja nada a la evidencia. La narrativa está latente, pero las limitaciones de la cámara juegan un papel esencial en una lucha que lleva teniendo desde que decidió dejar la pintura y adentrarse en el mundo de las imágenes. Es por eso que se ve más cercano a la idea de escritor, de crear una potente narrativa en cada foto, que aunque a nivel individual pueda resultar discreta en el concepto global del proyecto toma todo el protagonismo. La idea de que en la soledad de los personajes, en la vulnerabilidad de lo habitado, el aura poética que sostiene la obra es la que le convierte en uno de los mejores fotógrafos de la actualidad.

El teórico y artista Joan Fontcuberta habla de la sobreabundancia de imágenes en la era actual. El hecho de tener una cámara en el móvil ha conseguido democratizar la fotografía, y las redes sociales la posibilidad de que cualquier persona pueda visualizar aquello que tu pequeña cámara ha captado; pero eso no implica poder dejar a un lado la poderosa idea de crear un proyecto, es decir, la fotografía como obra conceptual. Eso es lo que defiende Alec Soth, todo un reto que lo estimula desde que aparecieron las nuevas tecnologías. Buscando constantemente la lógica en las imágenes, construyendo una buena armadura estética y teórica, pero sin dejar de lado la sencillez de lo tratado y sin caer en una superficialidad de conceptos que lo inunda todo en el mundo del arte y que no lleva a nada. Saltó a la fama en 2004 cuando una de sus fotos apareció en la Bienal del Whitney Museum of American Art en Nueva York y desde entonces tiene acumulado nueve fotolibros que le han llevado a exponer por todo el mundo contando con lugares tan dispares como Colombia, Ámsterdam o París. Nada escapa a su cámara de placas ni a su visión poética de la Norteamérica (y no solo de Norteamérica) menos conocida, más alejada de los objetivos. Hay todo un universo dentro de su obra que, luchando con el factor «limitador» de la realidad a la que pertenece y que tanto teme, no hace más que evocar inmensidad: una inmensidad que nace del mundo.

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